Nos levantamos muy temprano y con todos los petates y bultos acudimos al aeródromo, que aún está cerrado. Nuestra intención es "colarnos" en el primer avión que salga hacia Pokhara. Montamos guardia en la puerta mientras Ram entra y sale nervioso, discutiendo tanto con el personal civil como militar: su cara no resulta muy halagüeña.
Sale el sol y el temido viento del Kali Gandaki hace puntual acto de presencia. Al poco aparece Ram confirmando nuestro presagio: hoy no hay vuelos, con este aire las avionetas no pueden aterrizar ni despegar del valle.
Un día perdido?
No, nuestro guia es hombre de recursos y rápidamente nos propone recorrer el valle hacia Kagbeni, un hermoso pueblo tibetano muy bien conservado y con un monasterio que promete ser interesante.
Las dimensiones del valle son colosales y el cauce del rio nos hace pensar cómo será aqui la época del deshielo. El gélido viento y el polvo hacen que pronto estemos todos montados en un todoterreno que nos lleva primero a un lugar para comer, con hermosas vistas y luego al pueblo, perdiéndonos por sus callejas hasta dar con el monasterio, cuyo interior también visitamos.
A la salida de Kagbeni nos sorprende la caída de la tarde, con una vista magnífica de la parte alta del valle, justo en el límite del territorio permitido a los turistas. A partir de aquí se extiende el alto territorio de Mustang, el valle prohibido, la enigmática tierra de Lo.
Entran unas ganas tremendas de recorrer y explorar ese misterioso valle que da paso al Tibet pero nos vamos a quedar con las ganas. Ahora sí tengo la impresión de que mi viaje se acaba. Me invade una cierta nostalgia, aquí terminé también otro viaje, hace muchos, demasiados años.
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