Por primera vez, ahora que el trekking está acabando, amanece muy nublado y amenazando lluvia, vaya suerte que hemos tenido. Por encima de nuestras cabezas se adivina que está nevando y en nuestro campamento hace mucho frio. Hacemos una pequeña hoguera para calentarnos y a ella se acercan tímidamente todos nuestros porteadores.
Bajamos y bajamos, cruzamos bosques de pinos y sabinas, la vereda caracolea y nos lleva irremisiblemente hacia el valle, en cuyo fondo ya distinguimos pequeñas poblaciones y huertos.
De vez en cuando vemos pasar una de las avionetas de Jomoson, iguales que las que tenemos que tomar en breves días. Es curioso, se ven pequeñísimas y las vemos volar pero desde arriba, les vemos el techo, algo poco usual.
Poco a poco vamos llegando a nuestro destino y ya se distinguen las casas y un monasterio en Marpha, típico pueblo tibetano de casa de piedra, tejados planos y ventanas de madera decoradas. Al entrar en una de sus calles tengo una extraña sensación al pisar suelo llano enlosado, es la vuelta a la "civilización".
Entramos en un lodge y lo primero que hago es pedir un cerveza San Miguel, que me tomo casi de un trago. Mis compañeros van llegando y lo celebramos con alegría, mientras por la calle cruza un numeroso rebaño de yaks, esta noche tendremos carne.
Una ducha caliente y un afeitado después de quince días me devuelve al mundo de los seres humanos. Por la noche hacemos una gran fiesta a la que invitamos a todo el personal: vino de Jerez, cerveza, jamón serrano, queso, mejillones, mojama de atún, todo un festín en el que también damos la propina a todos los porteadores, quienes nos lo agradecen efusivamente, salvo el "tontolaba" del sherpa de altura.
Al día siguiente nos levantamos tarde y caminamos por el valle, casi llaneando y por pista, hasta el pueblo de Jomoson, donde se encuentra el pequeño aeródromo. Hace un viento horrible y de momento el frio no quiere abandonarnos. Por el camino nos cruzamos con muchos trekkinistas que bajan del santuario de Muktinath, algo agradable después de tantos días sin ver a nadie. El paisaje es amable, dominan los manzanos, que aquí se usan para todo, zumos, mermeladas, incluso hay una destilería cuyo aguardiente probamos.
Nos instalamos en un hotelito en Jomoson y dedicamos la tarde a curiosear las tiendas de artesanía, mientras nuestro guia Ram hace gestiones para ver si podemos volar mañana.
Encuentro un cibercafé en el pueblo y pongo mensajes a todo el mundo, pues hace muchos días que no tienen noticias de nosotros.
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