miércoles, 4 de mayo de 2011

TREKKING EN EL ALTO ATLAS (2ª parte)

Ha nevado mucho durante toda la noche, pero el día amanece bueno, así que con las primeras luces estamos subiendo. El terreno es extraño, kárstico, por lo que esta primera parte de la ascensión discurre por una especie de garganta rocosa, llena de grietas y boquetes, cubiertos por la nieve.
Poco a poco va saliendo el sol y vamos ganando altura, hacia un collado donde la nieve es abundante y al que por fin llegamos, asomándonos a una marcada cresta que se corta a tajo hacia el otro lado, ofreciéndonos preciosas vistas del profundo valle de Ait Malahl y del imponente macizo del M'Goun.
Vamos cresteando, subimos y bajamos cumbres secundarias, el sol pega fuerte pero el aire es frío. Delante tenemos un pronunciado pico que, según nuestro guia Mohamed es la cima principal del Ghat, por lo que acometemos su pendiente somital con entusiasmo. Por fin llegamos y celebramos el triunfo, una nueva cima del Atlas se une a nuestra particular colección, atesorada durante años, más numerosa en caso de Faustino pero ya con muchos logros comunes entre los dos.
Estamos en la cumbre del Jbel Ghat, a 3.825 metros de altura. El día es hermoso y sin viento y la vista abarca un sinfín de montañas, la mayoría desconocidas, algunas ya subidas por nosotros como el Amsod, de algo más de 4.000 metros, otras desafiantes como el Azourki, que resulta elegida sin dudas como nuestro próximo objetivo. En medio de tanto monte, profundos valles con verdes oasis de montaña, pequeños pueblos en la lejanía, caminos que se pierden entre altos collados, todo un paraíso montañero por descubrir.
Pero tenemos que bajar, recoger nuestro campamento y proseguir el trekking, que nos lleva por nuevos puertos, en una etapa interminable de 12 horas caminando, con una bajada tremenda hacia el pequeño pueblo de Taualine, donde nos alojamos en casa de una familia y donde celebramos el éxito de nuestra pequeña expedición con una botella de vino y una gran fritada de papas con huevos.
Al día siguiente, sólo nos queda bajar el valle, junto al río, cruzando numerosos pueblos cuyos humildes habitantes nos saludan al pasar. Vamos descubriendo nuevos valles tributarios, nuevas posibilidades de trekking y nuevas cumbres que escalar.
Tras unas cinco horas, llegamos de nuevo a Abachkou, a nuestro punto de partida, donde nos espera una ducha caliente y donde nos despedimos de nuestros amigos Mohamed y Houssein, a los que pagamos gustosos sus honorarios.
Todavía ese día haremos muchos kilómetros en el coche, alejándonos de las montañas, de regreso hacia nuestro país, pensando que en el Atlas aún es posible la aventura, la exploración, el descubrimiento. No sabemos por cuánto tiempo será así, pues el progreso llega de manera inexorable.
Volveremos a bajar, inshallá.

lunes, 2 de mayo de 2011

TREKKING EN EL ALTO ATLAS (1ª parte)

Marruecos es un país fascinante, a pesar de que a veces parezca inseguro. Llevo muchos años viajando por estas tierras y jamás he tenido el más mínimo problema, más bien al contrario, he conocido su hospitalidad, su belleza y la amabilidad de sus gentes. Pero no pretendo convencer a nadie, el que no quiera que no vaya y punto.
Mi amigo Faustino y yo nos fuimos en Semana Santa a explorar una nueva zona de trekking en las montañas del Alto Atlas Central. Concretamente, nuestro objetivo era el macizo del Jbel Ghat, una montaña agreste y desconocida situada el el corazón de la cordillera, entre el Toubkal y el Irhil M'Goun, con casi 4.000 metros de altura.
El miércoles santo cruzamos el estrecho de Algeciras al nuevo puerto de Tanger Med, un enorme "mamotreto" de cemento e hierro en medio de la nada y por el que no se gana tiempo porque faltan atraques para los ferrys y porque la aduana es tan lenta como siempre. Vamos, que no merece la pena, casi mejor la tradicional frontera de Ceuta.
Una vez en el reino alhauita, enfilamos autopista hacia Tanger, Rabat y Casablanca. Antes de llegar a Marrakech nos desviamos hacia la pequeña ciudad de Demnate, al pie de las montañas y donde empezamos a movernos por pistas. Llegamos, tras un largo viaje, al pueblo de Abachkou, en medio de un fértil valle, donde tenemos esperando a nuestro contacto Mohamed y su modesto albergue, la Gite Adrar, para alojarnos.
Contratamos dos mulas con sus correspondientes muleros y al día siguiente empezamos la caminata bien temprano, junto al río y en medio de verdes plantaciones de cereales. El camino asciende lentamente por el valle, muy habitado, como todas las montañas de Marruecos, el tiempo es bueno y me siento feliz, estoy haciendo lo que más me gusta.
Pasamos junto a las ruinas de un Tighrent, un antiguo silo de grano fortificado y a mediodía llegamos al histórico paso del Tizi-n-Tirguist, un collado a 2.500m. de altitud, cruce de caminos y donde se localizan algunas pinturas y grabados rupestres, de antigüedad desconocida. Desde aquí bajamos al pueblo de Tarbant-n-Tirsal, donde divisamos las estribaciones de nuestra montaña y nos alojamos en la casa de una familia bereber. Tirsal no tiene luz eléctrica, aunque ya han colocado los postes por lo que pronto les cambiará la vida. De momento, viven al ritmo del sol, en sus espartanas casas de adobe, casi igual que hace mil años.
Llueve. No podemos seguir el trekking. Pasamos el día en casa de nuestros anfitriones, jugando con los niños, leyendo, escribiendo, mirando por la ventana. No hay mucho que hacer. Recorremos el pueblo, viendo a la gente inmersa en sus quehaceres, las mujeres acarreando agua de la fuente, los hombres arreglando los bancales de cultivo y las acequias, los niños, muchos niños, unos jugando y otros en la pequeña escuela.
Pasa un día más y decidimos continuar, aunque el tiempo no mejora. Ha nevado mucho. Lleve a intervalos y caminamos por barro, un barro rojo que mancha la ropa y la piel si lo tocas. Volvemos al collado de Tirguist y nuestro mulero, que resulta ser un experto guia de la zona, nos brinda la posibilidad de subir la montaña por otro lado, más rápido aunque más duro, lo que aceptamos pues no nos quedan más opciones. Así que dicho y hecho, tiramos para arriba hacia los altos pastizales de Ashment, a casi 3.000 metros de altitud, donde esa misma tarde montamos el campamento, en medio de tibios rayos de sol y rodeados por la soledad más absoluta.
Al cabo de un rato, comienza de nuevo a nevar.
(continuará)