El pasado verano nos quedamos sin la correspondiente (hubiera sido la quinta) edición de la famosa salida motera "Cerdos Salvajes". La crisis económica, el desánimo reinante, fueron las principales causas de su anulación, aunque no las únicas.
Desde entonces andaba uno pensando en que antes de que acabara el año había que hacer algo, aunque fuera cerca y con pocos días. El bueno de Adolfo dio en la clave y propuso que nos fuéramos el puente de la Inmaculada. Al final, sólo quedamos él y yo, pues se ve que la cosa de momento no da para más.
Salimos el viernes a media mañana, con previsión de lluvias en toda España, pero Adolfo decía y repetía que "estaba todo controlado".
Antes de llegar a Sevilla tuvimos que parar en una gasolinera pues el cielo se caía literalmente sobre nosotros. Llevábamos media hora en moto y ya estábamos empapados, incluso mi teléfono móvil que iba en el bolsillo de la chaqueta se mojó y dejó de funcionar.
Salimos de la gasolinera "navegando" y continuamos ruta hasta Badajoz, 300 kilómetros entre chaparrones y claros, pasando bajo inmensos arco iris y disfrutando de una extraña puesta de sol que más se parecía a un lejano incendio. En la capital extremeña nos alojamos en el vetusto hotel Cervantes y pasamos una animada aunque breve velada nocturna.
El sábado amaneció cubierto de nieblas y así entramos en tierras lusas, por Elvas. A ratos, la carretera tomaba cierta altura y como en una suerte de milagro, descubríamos un paisaje limpio y un cielo azul intenso para poco después, volver a sumergirnos en la densa y opaca humedad.
Nuestra ruta subía hacia el norte, Portoalegre y luego toda la ribera del Tajo, por zonas de campiña y viñedos. Hasta que no abandonamos el río no salimos definitivamente de la niebla, ahora en dirección sur, pasando por las poblaciones de Coruche y Montemor-o novo, este último con un conjunto interesante y un bonito castillo.
El interior de Portugal, al menos en esta época del año, es verde, húmedo, muy arbolado y con bonitas y sinuosas carreteras secundarias. Pasamos por el pintoresco pueblo de Alcácer do Sal, junto al río Sado y desde aquí ya tiramos definitivamente hacia el Algarve, pues queríamos doblar el cabo de San Vicente y terminar la etapa viendo atardecer sobre el Atlántico.
Al final, en dura carrera contra el astro rey, llegamos a la playa a lo justo para la puesta de sol. Unas cuantas cervezas y luego buscando alojamiento en Sagres, la "Tarifa" de Portugal, por su ambiente surfero. Cenamos bien y encontramos un par de bares con música en directo, perfecto.
El domingo temprano, ya con buena luz, nos echamos la foto de rigor en San Vicente, junto al faro. El mar estaba en absoluta calma y mi vista se pierde en los confines del horizonte líquido, pensando en mis cosas y haciendo promesas de futuro tan inútiles que en seguida noté como se hundían en las azules profundidades.
El resto, sin gran cosa que contar, autovía hasta Huelva, Sevilla y a la hora de almorzar en casa.
1.400 kms. en el total de ruta.
Gracias a Adolfo, compañero, amigo y confidente, cerdo salvaje donde los haya.
Finalmente, gracias a Milesio Ruiz, el "mile", auténtico autor de esta ruta, aunque esta vez, no pudimos gozar de su presencia.
Finalmente, gracias a Milesio Ruiz, el "mile", auténtico autor de esta ruta, aunque esta vez, no pudimos gozar de su presencia.
4 comentarios:
Amigo Franky.... siempre me gustó como escribes los relatos de tus viajes pero en esta ocasión, además de la prosa certera y amena, le has puesto corazon a la parte personal, a lo que realmente se comparte en estas situaciones. Gracias por esta aventura y esperemos que en la próxima seamos más cerditos. Un abrazo
Preciosas fotos, sobre todo la ultima, y muy buen reportaje.
Da gusto leer tus relatos, sabes trasmitir realmente lo que sientes. Preciosa la foto del atardecer.
Para los anónimos seguidores de tus aventuras, estos dos últimos relatos han sido un regalo. Enhorabuena por tus estupendas fotos.
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